¿Por qué pautamos la pedofilia en el 8 de marzo?
Versión de nuestro texto traducido al español. La versión en portugués se puede encontrar aquí.
En el dia 8 de Marzo de 2020, el equipo de la Sangra Coletiva salió a las calles de São Paulo para sumar las voces de las supervivientes de pedofilia a la lucha de las mujeres trabajadoras. Es muy importante que la violación de niñas sea mencionada en el Día Internacional de las Mujeres porque el trabajo reproductivo forzado de éstas fue el responsable de la explosión demográfica de Brasil el siglo pasado y esa história aún no ha sido contada como debería. Las instituiciones gubernamentales y no gubernamentales han tratado la temática de la pedofilia de una forma despotilizada, liberal, atribuyendo las “ganas de violar a niños y niñas” a un transtorno mental o incluso, a una orientación sexual, como si esas “ganas” pudieran surgir y cerrarse en el campo de una “individualidad enferma” o del “fetichismo sexual individual” paralela a la norma heterosexual cuando, en verdad, esas “ganas” fueron el motor de la modernización y industrialización del país, nada paralela, sino que, intrínseca a la heteronormatividad. Al analizar la história de nuestras abuelas y bisabuelas, llegamos a la constatación de que en su mayoría, fueron embarazadas siendo niñas o adolescentes en medio de la modernización de Brasil, que ocurrió justo en el momento en que el entonces dictador Getúlio Vargas, abrió las fronteras del país a los inmigrantes blancos, ya que se creía que la eugenesia era un modelo de civilización y progreso para la nación. Esto llevó a que las chicas — niñas y adolescentes — fuesen violadas, embarazadas y tomadas como esclavas domésticas como una forma legítima de formación familiar. Una práctica que incluso fue apoyada legalmente, ya que en el artículo 107 del Código Penal de 1940, la pena del delito de violación se extinguía si el violador se casaba con la víctima.
Aún poco debatido en el movimiento de emancipación de las mujeres, este pacto entre el hombre y el Estado, fue durante mucho tiempo llamado de “buenas costumbres”, pero nunca fue más que un poder de la patria, es decir, un poder colectivo de los hombres sobre mujeres instituidas por el gobierno. “Buena costumbre”, control moral para la hembra humana y permisividad moral para el macho humano, significa mantener el sexo femenino como propiedad de su padre o esposo. Uno de los lados más oscuros del pacto de poder de la patria fue el establecimiento del matrimonio infantil en Brasil como una política a principios del siglo XX, configurando la jerarquía sexual y colectiva de un sexo juntamente con el estado sobre el otro. Se convirtió en una costumbre secuestros y embarazos forzados de niñas, y así generaciones prácticamente enteras se originaron. Niñas indígenas y negras fueron violadas por inmigrantes europeos y descendientes, lo que forzó el mestizaje y el etnocidio. Niñas blancas también fueron violadas por hombres blancos como una forma de aumentar el número de población blanca. Cuando afirmamos que el hombre blanco violó a todas las etnias de niñas y mujeres en Brasil, no queremos decir que los hombres indígenas y negros no practicaron esta misma violencia en todo este tiempo: queremos dar visibilidad al hecho de que la única etnia que violó como forma de ejercer la supremacía sobre los demás fue la caucásica, y que éste es un rasgo fundamental e invisiblizado de la eugenesia. La política basada en la violación y en el embarazo forzado de niñas indígenas, negras y blancas generó más mano de obra doméstica para las familias y más mano de obra también para las fábricas, permitiendo que la familia heterosexual genere, a través de la explotación doméstica femenina, tiempo libre para que el hombre produzca económicamente mientras la mujer era laboral y sexualmente esclavizada. Esta jerarquía de explotación del hombre por el dueño de la industria y de la niña por el hombre -sin olvidarnos también la explotación de las mujeres indígenas y negras o blancas de la clase trabajadora por parte de la heredera blanca- promovió, por tanto, el enriquecimiento de los dueños de las industrias, la generación del PIB y la concentración de renta, propiedad y tierra en manos de la élite blanca y masculina.
En este sentido, nosotras, de la Sangra Coletiva, entendemos la necesidad de fortalecer la perspectiva original de las hijas, nietas y bisnietas de las supervivientes, definiendo la pedofilia como un proyecto político de nación. Nosotras nos ponemos en una posición contraria a la lógica liberal, que analiza el problema desde un punto de vista individual; nosotras damos paso y forma a un análisis radical, es decir, un análisis que va a la raíz del problema, entendiendo que la pedofilia, lejos de ser una práctica originada y cerrada en el campo de la individualidad, es una práctica colectiva que sostiene el poder de propiedad de los hombres y del Estado sobre las mujeres de la manera más cobarde posible: apuntando a los úteros infantiles, ya que las niñas son mucho más fáciles de manipular y domesticar que las mujeres adultas. Brasil es el 4º país que más casa niñas del mundo, no porque su mitad masculina esté enferma o “cachonda” sino porque esa mitad está respaldada legalmente en su proyecto de dominación reproductivo y étnico.
El trabajo doméstico forzoso, como ya sabemos, genera ahorros de aproximadamente 11 billones de dólares al año: esta cifra es mayor que la altísima ganancia anual del mercado tecnológico. Las niñas y las mujeres son quienes sustentan este beneficio y todos los demás. La devaluación del trabajo doméstico, como si la cocina, la higiene y el cuidado -en su mayoría desempeñadas por niñas y mujeres- fueran ocupaciones inferiores que necesitan ser realizadas “por amor”, sin transacción económica, está directamente relacionada con la explotación de la mano de obra femenina y la producción de tiempo libre para garantizar a los hombres la ocupación de los más altos cargos corporativos. La pedofilia, a su vez, es un proyecto político de control reproductivo y étnico para llevar a cabo el mantenimiento intergeneracional de la vulnerabilidad femenina a través de la naturalización de la explotación de niñas, que crecen y se convierten en mujeres insensibilizadas con su propia realidad. Nosotras, en la Sangra Coletiva queremos difundir entre las mujeres trabajadoras la visibilidad de esta historia de control reproductivo y étnico como origen de todo el trabajo disponible en Brasil. Una historia que ha sido borrada no sólo por la extrema derecha, sino también por el liberalismo de la falsa izquierda, como si la jerarquía sexual no fuera una política de extrema derecha que persiste hoy.
La jerarquía sexual persiste y queda configurada por el Estado. La ideología del esencialismo sexual biológico continúa enseñando a las mujeres que el destino de dar a luz y obedecer la supremacía masculina pertenece a las niñas. La pasividad, el servilismo y la maternidad obligatoria todavía se entienden como un destino biológico de las niñas nacidas. La propiedad privada sigue siendo considerada un derecho biológico del hombre blanco, que rara vez es castigado por delitos sexuales, ya que las niñas y mujeres son consideradas propiedades masculinas. La jerarquía sexual persiste y existe el proyecto de control reproductivo. Prueba de ello es que Brasil tiene una política pública para proteger a los pedófilos, como la Ley de Alienación Parental, pero no tiene una política pública para ayudar a las víctimas de violación intrafamiliar, matrimonio infantil, prostitución infantil y ahora de la más nueva forma y cada vez más creciente de explotación sexual infantil, que es pornografía infantil. Por esta razón, pautar la pedofilia el 8 de marzo y convertirla en una pauta fundamental en todo el movimiento de la emancipación femenina es una necesidad cada vez más urgente para cualquier mujer que quiera invertir incisivamente en la verdadera libertad de nuestra clase sexual.
Las supervivientes sangran. Las supervivientes se curan juntas.
Escrito por: Natacha Orestes | Miembra de la Sangra Coletiva
Traducido por: Maria Gabriela Gonçalves Brito | Miembra de la Sangra Coletiva